miércoles, 29 de febrero de 2012

Nenhum olhar, de José Luís Peixoto

Nenhum olhar, 2000
José Luís Peixoto (1974)
Quetzal, 2011, 221 p.

La desolación de una aldea fuera del tiempo, en un lugar impreciso del Alentejo más próximo a Comala, Santa María o Yoknapatawpha que a Évora o Beja, toma forma a través de los monólogos interiores de algunos de sus habitantes y de la voz de un narrador en tercera persona. Con una prosa densa y cargada de sugerencias simbólicas, rítmica, asfixiante, José Luís Peixoto salía del anonimato con esta su segunda novela, Nenhum olhar (traducida al español por Bego Montorio, y publicada por El Aleph en 2009 con el título Nadie nos mira).

La historia se mueve en la frontera líquida de lo inverosímil, con cierta querencia del realismo mágico, y con ese aire de parábola, en este caso parábola turbia de la soledad y el abandono, de una condena común que conduce a los personajes hacia la tragedia y la inexistencia. No es, sin embargo, una parábola al modo de Saramago (puede haber otras semejanzas, pero no esa), puesto que aquí no hay una intención ética, no hay voluntad didáctica sobre la realidad. Los diferentes narradores, excepto el narrador en tercera persona (que no tiene más peso que los otros), son habitantes de esa aldea compuesta principalmente de dos espacios diferenciados: el monte de los olivos, donde está la casa de los señores y de sus caseros, y la propia aldea, donde viven otros personajes y donde está la venta de judas (escrita así, en minúsculas), a modo de bar de pueblo, en cuya barra el demonio, con boina entre los cuernos, convida a vino tinto y sonríe con malicia.

Ambientada en un pasado difuso, donde se encienden candiles y se lava a mano, los personajes parecen sujetos a un destino aciago. Un destino regido por nadie, en una parábola excéntrica de la tradición judeocristiana en la que predominan los nombres bíblicos. Allí la brutalidad (el gigante) vence sobre el amor (el de José y su mujer); la unión fraterna entre los siameses Moisés y Elías es mucho más intensa (pero más frágil) que el dedo que los mantiene unidos; la amistad es arrasada por los celos (Salomão y José hijo), y el amor de Rafael por la prostituta ciega culmina en una niña muerta antes de nacer que trae la muerte, la amputación y el suicidio. Llama la atención que los personajes femeninos carezcan de nombre, aunque narren, aunque posean la misma entidad y peso que los masculinos. Puede que haya una intencionalidad crítica sobre la condición de la mujer en el ámbito rural, aunque me parece que la novela tiene pocos vínculos con la realidad social. Cierta sátira sí se encuentra, no obstante, en el hecho de que el mismo demonio sea, por una parte, tentador e instigador de tragedias en la venta de judas, y, por otra, quien oficia todas las bodas en la aldea. Como si toda unión marital llevase la semilla de su propia disolución trágica.

El silencio y el abandono se llevan a todos (incluso al demonio), condenados a la muerte, a la desaparición, a la inexistencia. Uno se pregunta al final si ya estaban todos muertos, como en la novela de Rulfo, si todo era un fantasmal juego de voces con cuerpo, y junto a ellas esa voz sin cuerpo que, en la casa de los ricos, está encerrada dentro de un arca y habla, y dice cosas así:

Penso: talvez haja uma luz dentro dos homens, talvez uma claridade, talvez os homens não sejam feitos de escuridão, talvez as certezas sejam uma aragem dentro dos homens e talvez os homens sejam as certezas que possuem.

[Un último apunte escrupuloso: no conozco la traducción al español, aunque imagino que será buena. Supongo que por criterios editoriales se ha decidido alterar el título original, que sería “Ninguna mirada”, por el de Nadie nos mira (El Aleph, 2009). De hecho, esas son las palabras que cierran el libro en la edición original: “O mundo acabou. E não ficou nada. Nenhum sorriso. Nenhum pensamento. Nenhuma esperança. Nenhum consolo. Nenhum olhar.” (“El mundo acabó. Y no quedó nada. Ninguna sonrisa. Ningún pensamiento. Ninguna esperanza. Ningún consuelo. Ninguna mirada.”). Este país es el campeón mundial en modificar los títulos traducidos, sea en literatura o sea en cine, en función de unos pretendidos criterios comerciales opuestos al sentido común y a los criterios literarios (o cinematográficos), que son los que deberían contar, aunque “no suene tan bien” o “no tenga gancho”, lo cual es también muy cuestionable. En fin, escrúpulos míos.]

lunes, 27 de febrero de 2012

cajero

Foto de la agencia David & Goliath

Me abre la puerta del cajero un mendigo, me pregunta si prefiero estar solo. No, le respondo, quédese conmigo, me dan miedo los bancos. Mientras tecleo la clave, me pregunta si tengo para un café, pero me hago el sordo, por si al buscar moneda pide billete. La crisis nos está pegando a todos, masculla, aunque a unos más que a otros. Al fin le miro a la cara, y asiento. Suerte, le digo al darle una moneda antes de salir. En la calle sopla ese cierzo sucio que viene siempre a torcer las cosas.

domingo, 19 de febrero de 2012

la entrega


no tú no date no te des date dame no
cae corre alcanza no
deja toma no date ven
álzate cae vuelve tú
corre no cae no deja
entrega tu no
cuerpo
no

jueves, 16 de febrero de 2012

garabato 18


no es posible la escucha allí donde se anticipan palabras e intenciones pues la verdadera escucha exige una suspensión del aliento

lunes, 13 de febrero de 2012

El ciclista de Chernóbil, de Javier Sebastián

El ciclista de Chernóbil
Javier Sebastián (1962)
DVD, 2011, 233 p.

Esta es una novela de silencio (pero no sobre el silencio). El silencio impuesto por el poder (sobre lo ocurrido en Chernóbil); el silencio de los lugares evacuados tras el accidente; el silencio que queda cuando se cierra el libro, tras el eco de voces tan vivas allí donde no hay esperanza para la vida. Es una novela que plantea una narración con trama compleja y apasionante, pero también con una rara poesía. Y es también una ficción documental sobre la mayor catástrofe nuclear en Europa, y un libro de denuncia y memoria.

El ciclista de Chernóbil comienza con la alternancia de dos momentos narrativos: por un lado, un español acude a París a una convención de pesos y medidas, y narra cómo encuentra a un anciano enfermo, de quien acaba haciéndose cargo, y que no es otro que el físico nuclear Vasili Nesterenko, Vasia. Por otra parte está la historia previa del propio Vasia y otros personajes, repobladores de la ciudad ucraniana de Pripyat, que fue evacuada tras el accidente nuclear de Chernóbil. La narración se construye mediante una estructura que organiza sabiamente los saltos temporales y espaciales. La ficción se mezcla con la descripción de las posibles causas y las atroces consecuencias del accidente, mediante materiales en apariencia ajenos a la literatura, y sin embargo perfectamente imbricados en el relato: informes y documentos de la ONU y la Agencia Internacional para la Energía Atómica (AIEA), testimonios de quienes estuvieron presentes en ese momento o investigaron años después, etcétera. De este modo, ficción e historia reciente, imaginación e investigación se conjugan, aunque el peso cae sobre todo del lado de la ficción, al fin y al cabo se trata ante todo de una novela.

Vista aérea de la ciudad abandonada de Pripyat, Ucrania. Foto: WebUrbanist.

Javier Sebastián demuestra cómo no hace falta recurrir a la ciencia ficción, escribir una distopía del tipo Blade runner, o al modo de J. G. Ballard o Cormac McCarthy, que basta la ficción sobre hechos reales para narrar un mundo apocalíptico. Afortunadamente, no se queda en la narración de las sombras: la novela es también un encuentro de miradas y voces que por voluntad o inercia deciden rehacer sus vidas en una ciudad muerta. Ahí es donde encontramos las luces del libro, en ese puñado de personajes memorables que repuebla Pripyat al precio de exponerse a la radiación, desde el polifacético Vasia (audaz y desamparado, vitalista y agotado por la radiación y por la persecución a que es sometido por parte de las autoridades de su país por haber denunciado los errores que condujeron al accidente) hasta Laurenti Bajtiárov (que canta canciones de amor de Demis Roussos en un teatro vacío).

Como he mencionado, además de crear una ficción que seduce y cautiva, Javier Sebastián entra en el terreno de la información y la denuncia. Detrás de los datos y de la ambientación, del aire opresivo que se respira, se intuyen meses de trabajo documental, de entrevistas y viajes. Más allá de la efemérides de cualquier desastre nuclear (Hiroshima y Nagasaki, el propio Chernóbil, el más reciente Fukushima), esta novela (en la que se vuelve a relacionar el peligro nuclear con los movimientos sísmicos, entre otras causas posibles) nos devuelve el gusto por una literatura que no se aprovecha de los “hechos reales” para fabricar una ficción rentable sobre el apocalipsis, sino que parte de una lectura crítica de la realidad y de la humanidad para, desde la ficción, arrojar luz sobre ellas. Una realidad y una humanidad que ni esta ni ninguna otra novela podrán cambiar, pero sobre las que nos ayudará a reflexionar, al tiempo que se nos regala una buena ficción.
 
Guardería en Pripyat. Foto: Robert Polidori.

Acabo con un apunte más personal: A menudo, cuando leemos, las imágenes que construimos con el autor (las que el autor nos da en forma de palabras y nosotros completamos con la imaginación y la experiencia) son imágenes que tomamos prestadas; unas veces de otros libros, otras veces del cine, pero también de las artes plásticas y, por supuesto, de nuestra propia vida. Digo imágenes, aunque tal vez debería decir sensaciones de imágenes, algo por encima o por debajo de lo visual, pura química del cerebro. Una forma de la imaginación, al fin y al cabo. En mi caso, las asociaciones son casi siempre azarosas, de tono más que de tema o argumento.

Mientras leía esta excelente novela tenía la sensación de estar “viendo” una película doble: en parte un documental sobre Chernóbil (algo entre el ensayo y la narrativa non fiction), y en parte una película a partir de Chernóbil, y que podría haber filmado Tarkovski, incluso Angelopoulos. Se podría decir que el espacio vacío de la ciudad de Pripyat, fantasmal, abandonada, tiene algo de Pedro Páramo, o que los dos últimos fragmentos podrían pertenecer a una película de Kusturica (aunque sin la testosterona del serbio). Podrían encontrarse muchos otros vínculos (conscientes o no), pero, independientemente de que a Javier Sebastián le guste el cine de Tarkovski, al leer El ciclista de Chernóbil he recordado el tono y el pulso de Nostalgia (no recuerdo haber visto Stalker, que probablemente esté más cerca en cuanto a la temática). Asociaciones azarosas, seguramente.

Como posdata, aconsejo la visita a la página de El ciclista de Chernóbil y de Javier Sebastián. Quizá el mejor modo de hacer una inmersión previa o posterior a la lectura de esta novela que, además, acaba de recibir el premio Cálamo.

viernes, 10 de febrero de 2012

¿nuevos esclavos?


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Whisper, listen, whisper, listen. Whispers say we’re free.
Rumors flyin’, must be lyin’. Can it really be?
Can’t conceive it, can’t believe it. But that’s what they say.
Slave no longer, slave no longer, this is Freedom Day.

Freedom Day, it’s Freedom Day. Throw those shackle n’ chains away.
Everybody that we see says it’s really true, we’re free.

Freedom Day, it’s Freedom Day. Free to vote and earn my pay.
Dim my path and hide the way. But we’ve made it Freedom Day.

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Abbey Lincoln cantaba esta canción del gran Max Roach a mediados de los años sesenta en EEUU, en el apogeo de los Black Panthers y del orgullo negro, como celebración del fin de la segregación y la conquista de la libertad en forma de derechos (“free to vote and earn my pay”). Nunca más la esclavitud.

Ahora que por aquí (y por allá) se extiende la precariedad y la inestabilidad, ahora que el voto no vale y la paga no alcanza, ahora que se oyen otros rumores, ¿estaremos haciendo el camino inverso? Slave no longer?

martes, 7 de febrero de 2012

garabato 17


hoy envidio la libertad del mendigo –pero sin el hambre el frío la suciedad el desamparo la brutal soledad y la locura– la libertad del mendigo consciente en el momento de arrojar las llaves al pozo