martes, 16 de abril de 2013

Intento de escapada, de Miguel Ángel Hernández

Intento de escapada
Miguel Ángel Hernández (1977)
Anagrama, 2013, 240 p.

Todo empieza con una caja que hiede a putrefacción. Junto a la caja, dos monitores: uno muestra repetidamente la imagen de alguien que entra en la caja, que es cerrada desde fuera por otra persona; otro muestra esa misma caja ya cerrada, el paso del tiempo sin que nada ocurra en su exterior. Pero, ¿y dentro? ¿Qué ha ocurrido? ¿Qué es eso? Pues eso –la caja, las pantallas– es una obra de arte expuesta en el Centro Pompidou de París, titulada Intento de escapada y realizada por Jacobo Montes, célebre artista en cuyas creaciones se conjugan provocación y denuncia social. Este inicio sobrecogedor es apenas uno de los muchos buenos momentos que tiene esta novela. No voy a recrear otros aquí. Más que en otros libros que he comentado, me parece que sería hacerle un juego sucio al lector.

Intento de escapada contiene algunos elementos extraliterarios que hacen que me haya sentido especialmente interesado, que haya vibrado de otra forma mientras la leía. Está mi interés previo por los asuntos centrales que vertebran el texto: el cuestionamiento de los límites del arte contemporáneo, así como la inmigración y las realidades kafkianas a las que se ven abocados los inmigrantes en un mundo que los exprime y los invisibiliza. Y está, además, un viaje distinto a mi primera ciudad, Murcia; el reconocimiento –nunca explícito– o asociación de lugares, espacios y tipos desde la ficción.

Esta novela consigue algo poco habitual, la conjugación de tres elementos fundamentales: primero, motiva la reflexión sobre cuestiones tan centrales como el arte contemporáneo, los límites éticos de la creación, la inmigración y la injusticia que supone la clandestinidad; y lo hace lejos de un territorio que es familiar al autor (profesor de Historia del Arte en la Universidad de Murcia), el del ensayo. Estamos dentro de una ficción, esto es novela. Y la novela también es eso, ya lo sabemos: en la novela cabe todo. Todo, sí, pero no cualquier cosa. En segundo lugar, la novela de Miguel Ángel Hernández Navarro mantiene una tensión argumental que no decae, una intriga inquietante que se mantiene hasta el final, sin que pueda haber “intento de escapada” por parte del lector. Por último, la novela no se limita a eso, da un paso más al adoptar un prisma metaliterario que tiene algo de cajas chinas, y que introduce al lector en el juego de otros límites, los de la realidad y la ficción. Desde el exordio al colofón.

En el cruce de la trayectoria del narrador –el estudiante Marcos– con el artista Jacobo Montes, la profesora Helena y el inmigrante Omar se crea un nudo de alta tensión. Montes visita esa ciudad de provincias que no se nombra, invitado por Helena, para realizar una obra sobre la inmigración, que será ese Intento de escapada que Marcos verá años después en París. Marcos, a instancias de Helena, se convierte en asistente de Montes, investiga sobre los inmigrantes y contacta con un sin papeles de Malí, Omar, que acepta ser parte de la obra que concibe Montes. Sin embargo, el afán de crear un objeto artístico de gran impacto oculta algo, precisamente aquello que el artista, Jacobo Montes, no deja de valorar como lo principal: la experiencia creadora. Finalmente es él el único testigo de lo que realmente ocurre en la creación de una pieza en la que se juega con la humillación y la muerte, y que no se narra. No porque no sea necesario, sino, precisamente, porque es necesario que no se narre.

“Al fin y al cabo era arte. Y el arte tiene secretos y enigmas. No podemos pretender entenderlo todo. Aunque lo que haya para entender sea lo más real, lo más cercano, aunque todas las distancias hayan sido abolidas…, en el fondo siempre hay una barrera invisible que separa al espectador de lo que está viendo, en el fondo, lo que vemos es siempre lo que nos mira, y en el fondo, nadie se atreve a tocar nada. Porque el arte sigue siendo sagrado. (…) Porque tememos que, si lo hacemos, todas las cosas se esfumen para siempre. Quizá porque, en el fondo, todos tememos desvanecernos si se demuestra que, en realidad, nadie puede desaparecer por arte de magia.” (221-222)

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