jueves, 26 de febrero de 2015

una tarde de novillos


Hay tardes en que uno se siente tan pequeño. Y además está ese gusano (vacío, tristeza, no sé) que bulle adentro y nos empuja a salir, a ponernos en movimiento. Caminar hasta el Tevere, y allí seguir la trayectoria cruzada de grajos y gaviotas sobre el agua. De regreso a casa, el gusano dormido, buscar el libro que necesito y releer viejos subrayados. Y encontrarme allí, pensar que eso fue escrito para mí. Aprender algo de mi vida:

“Paseas, y los rostros de la gente te muestran las mil figuras posibles de la repetición – los miras como de niño mirabas a los adultos, a distancia. Hay quien anda por las calles con su sombra, otro acompaña a un perro imaginario mucho más presente que cualquiera de los perros reales, está el que lleva un caballo de la brida, y también el que va con un chimpancé de la mano –  hay adolescentes que andan como en zancos, y ancianos que caminan casi de rodillas. Los tímidos siempre acarrean dos cubos llenos de lluvia, los prepotentes conducen una cuadriga ilusoria tirada por cuatro yeguas blancas, y los fatuos airean una pandereta. Pero el que pasea no tiene nada que ver con los adultos. Esos tipos nunca serán tu gente. El que pasea siempre pasea con un niño de la mano: es siempre el niño imposible que fuimos quien pasea con nosotros – un niño que ha decidido aprender algo de su vida y, mientras en la escuela se ofician los funerales por el día de mañana, él se regala una tarde de novillos.”

De una relectura de Miguel Morey, Deseo de ser piel roja, Anagrama, 1994, p. 121.

miércoles, 11 de febrero de 2015

tocar es un vuelo

© Choi Xoo Ang

Tocar es un vuelo. Da alas. Con alas manos planear sobre el vello, sobre la piel erizada. 
El vuelo no es en el cielo, es en el cuerpo. 
Estremecimiento adentro.

martes, 3 de febrero de 2015

Danilo Kis, sobre el “espacio entre” y el control de los sueños

“Pero en este momento de éxtasis de mis fantasías más brillantes existe un descanso, el divino entr’acte, a medio camino entre la nada y el brotar de la vida. Este instante demiúrgico, lleno de la más explosiva fertilidad, como antes de una erección, es el lugar en el que se cruzan los círculos de la nada y el arco iris de la vida, es el instante infinitesimal en el que unas cosas acaban y otras empiezan, es el silencio fecundo que reina sobre el mundo antes de que los pájaros lo dispersen con sus picos y los ungulados y las fieras lo pisoteen, es el silencio postdiluviano que los menudos incisivos de la hierba aún no han roído ni los vientos han perforado con sus trombones. Es aquel silencio único, irrepetible, el apogeo de su historia, la cima de su propia fertilidad, de la que ha de nacer el ruido del mundo” 

(Danilo Kis, Jardín, ceniza, en el volumen Circo familiar, Acantilado, 2007, p. 179). 


“(…) orgulloso de haber conseguido vencer mis pesadillas con mi propia voluntad, trataba de dar vueltas de un lado para otro antes de quedarme dormido, de modo que el sueño me sorprendiera del lado izquierdo, el que alberga al corazón, fuente de mis pesadillas, pero en el último momento, cuando el sueño empezaba a apoderarse de mí y ya no cabía duda de su llegada, hacía un último esfuerzo de conciencia y de voluntad y me volvía del lado derecho, en el que sólo soñaba cosas bonitas: iba en la bicicleta del tío Otto y echaba a volar por encima del río describiendo un gran arco… La conciencia de poder controlar mis sueños, incluso de poder encauzarlos con mis lecturas nocturnas o con mis pensamientos, provocó la explosión de mis más turbios instintos. El hecho de vivir, en definitiva, dos vidas (y ahí no cabía literatura alguna: mi edad no me permitía derrochar la pureza de mis sueños ni de mis mundos), una en la realidad y otra en el sueño, me provocaba una alegría excepcional y, sin duda, pecaminosa” (idem pp. 281-282).