miércoles, 1 de julio de 2015

Lo que a nadie le importa, de Sergio del Molino

Lo que a nadie le importa
Sergio del Molino (1979)
Literatura Random House, 2014, 256 p.

«Si al crecer tenemos suficiente memoria y paciencia, podemos enlazarlo todo y darle incluso forma de libro.» (p. 196)

Para hacer un libro como éste hace falta algo más que memoria y paciencia: para empezar, hace falta despojarse de muchos tabúes, empezando por el temor a quebrar la idealización de las figuras familiares. Y hace falta, sobre todo, tener una cabeza tan bien amueblada como la de su autor. Esta es una narración aparentemente desordenada, llena de reflujos y reflejos, pero armada con una coherencia interna de acero. No sé hasta qué punto todo ha ido cayendo con esa facilidad natural con que resuelven sus narraciones algunos o si responde a un plan previo y minucioso. Tan diferente de la bellísima y aniquiladora La hora violeta, comparte sin embargo con ella no sólo la perspectiva no ficcional, sino la capacidad de aunar con solvencia reflexión y emoción. 

Aquí está la historia, y está España. Para un lector que vive fuera de su país desde hace dos años, no hay mejor forma de volver a tener la cabeza en lo de allá que con novelas como ésta: Aparte de la figura del abuelo del autor, José Molina, y de la época que condicionó su vida (guerra civil y franquismo), hay espigados numerosos recuerdos y lecturas del propio autor, de su adolescencia y primera juventud, que se acercan más a mi propia experiencia (y no sólo por haber vivido también en Madrid y Zaragoza). Siendo relevante lo anterior (afinidades o coincidencias), lo verdaderamente valioso es que no es un libro de testimonio de un tiempo, ni puede considerarse una mera biografía salpicada de reflexiones y notas autobiográficas. Es una señora novela muy viva, que parte de una realidad –histórica, sociocultural y sentimental– para configurarla desde otro ángulo. 

La escritura de Sergio del Molino es excepcional y ambidestra: No es fácil encontrar a alguien capaz de congeniar con semejante naturalidad la crónica y la prosa literaria, el retrato social o histórico o familiar y la experiencia más íntima (la batalla del Ebro, la figura inestable y al tiempo dura de José Molina o la psoriasis del autor, pongamos), y hacer con materiales tan diversos una obra tan sólida e intensa, que no abandona al lector ni aun semanas después de haberla terminado, como es mi caso.

[Anécdota personal totalmente prescindible: No he contado que, si el tiempo acompaña y me lo puedo permitir, suelo dejar la lectura de las últimas páginas de algunos libros para un rato de soledad en un banco del parque que hay junto a casa, Villa Sciarra. Esta vez no ha podido ser: con mi ejemplar de Lo que a nadie le importa bajo el brazo, acudí a cerrar la lectura y encontré mi banco favorito como se ve en la foto de abajo. Cosas así no influyen en la lectura (¿o sí?), pero al verlo se me cayó el alma a los pies. A estas alturas ya sé que no lo van a arreglar o sustituir pasado mañana: es el final de un lugar lleno de experiencias. Claro, ya me buscaré otro, que no faltan; pero uno es así.]


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